DE QUE SE TRATA

«Sé que mi hijo está muy orgulloso de mi», define Taty Almeida

Cuando a Taty Almeida se le pregunta cómo superar el desánimo que impera en este tiempo, no sólo en Argentina, y que afecta en particular a los jóvenes, ella vuelve al sendero de su propia historia compartida y encuentra la respuesta en aquellas palabras que Azucena Villaflor de De Vicenti, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, quien «en ese famoso 30 de abril de 1977 dijo estas palabras que tienen tanta actualidad: ‘Por separado no vamos a lograr nada, tenemos que juntarnos y vayamos a la Plaza a gritar para que nos escuchen’. Y así fue».

Una frase que interpela en el presente y que, a la vez, le permite a Taty contar aquella jornada fundacional e inolvidable: «Eran 14 las primeras madres que fueron a la Plaza de Mayo, y como había Estado de Sitio, más de tres personas no podían estar juntas. La misma policía empezó a decirles que debían circular. Y empezaron a caminar de a dos, pero no alrededor de la pirámide de Mayo, sino del monumento a Belgrano, que está justo frente a la Casa de Gobierno. Sin querer fue la primera ronda. Y, sin querer, ahí empezó a formarse el organismo de derechos humanos».

«Pasaron los años – presigue Taty- y lamentablemente había cada vez más madres, porque cada vez había más y más desaparecidos. Azucena Villaflor, Esther Careaga y Mary Ponce, las tres Madres que este cobarde y Judas de Astiz hizo desaparecer. ¿Y de qué manera? En la Iglesia de la Santa Cruz, esos curas divinos. Por eso te digo, hay complicidad por parte de la Iglesia, aunque también debemos rescatar a Angelelli, a Ponce de León, a los Palatinos, a Carlos Mugica. Estos curas irlandeses, divinos, siempre recibían a las Madres».

– Bernarda Llorente (Bll): ¿Cómo fue la infiltración de Alfredo Astiz en la Iglesia de la Santa Cruz?

– Taty Almeida (TA): Astiz, rubiecito, se infiltró en la ronda entre las Madres y decía que tenía una hermana desaparecida, pero que su madre estaba tan mal que no podía ir a la Plaza. La que más lo cuidaba era Azucena. Un 8 de diciembre del ´77, pocos meses después de haberse formado, digamos, el organismo, en la Iglesia de la Santa Cruz quedaron en juntarse muchos familiares y amigos porque se estaba juntando dinero para publicar en la prensa la primera solicitada sobre los que, hasta ese momento, se sabía que estaban detenidos-desaparecidos. La Iglesia de la Santa Cruz tiene un jardín enorme. Era el Día de la Virgen, así que la iglesia que es enorme estaba llena. Entonces sale un grupo al jardín. Y estaba Astiz, que con un billete iba señalando a quienes luego fueron detenidas. Nadie se daba cuenta. A Azucena la desaparecen a los dos días. A las monjas francesas las torturaron en la ESMA y las tiraron vivas al mar, como a tantos de nuestros hijos.

No fue solamente Astiz, todos los milicos parece que pensaron que si hacían desaparecer a tres o cuatro, el resto se iba a dejar de joder. Se ve que no saben de lo que es capaz una madre. ¿Cómo nos íbamos a quedar así? El compromiso con nuestras queridas Madres fue más fuerte que nunca. Y seguimos la lucha. Fue como un incentivo brutal. Ahora, ¿de dónde sacamos eso? Nos desaparecieron a nuestros hijos. Todas sabíamos lo que era llevar nueve meses en la panza a un hijo para que los desaparezcan de esa manera. Porque el dolor de la pérdida de un hijo, en cualquier circunstancia, no tiene nombre. Vos decís viuda, huérfano y se sabe de qué estás hablando. Pero acá nunca se va a encontrar una palabra. Jamás.

– BLl: Cuando te vas acercando a las Madres, ¿cómo fue la relación con tu entorno anterior?

– TA: Mi familia me apoyó siempre. Pero a todas esas amistades, por supuesto, las dejé de lado…y me dí un gusto. Un día tomé el colectivo 59 para encontrarme con mi hermana en el centro y, de repente, sube Astiz. Estaba con un portafolio y se sentó del lado de la ventana. Justo llegué al lugar donde me tenía que bajar y el semáforo estaba justo en rojo. Entonces, desde abajo le pregunté si era Astiz. Cuando contestó que sí, le empecé a decir «hijo de puta, asesino, desgraciado». Todo el mundo empezó a decirle de todo. Fue un gusto.

– BLl: ¿Cuándo ocurrió?

– TA: Imaginate que fue antes que los juzgaran, cuando estaban todos sueltos, En otra oportunidad, iba en el auto de una amiga y estaba por cruzar en una esquina de Santa Fe, cuando veo que estaba parado, listo para cruzar Harguindeguy. Me salí por la ventana y a los gritos le dije: «Mírame, mírame, soy Tatita hijo de…». La gente lo empezó a putear. Fueron dos gustos. Nosotras nunca tomamos la justicia por mano propia, pero esos gustos me los di, querida, me los di.

– BLl: ¿De dónde sale la conciencia social de Alejandro, para convertirse en un militante que rompe con las ideas tradicionales de la época?

– TA: Pienso que justamente pudo influir el haberse criado en ese grupo, digamos en ese entorno. Además, cuando Ale trabajó en Télam conoció a los que después fueron como hijos míos, ¿no es cierto? Una de las poesías más impresionantes de Alejandro es del año 72, Masacre de Trelew. Mi cuñado, teniente coronel Abel Almeida era el director de Télam. En el año 70 yo me había separado, tenía 40 años cuando dije chau, y recuerdo que me decía que yo también fui de avanzada. Pero bueno, esa es otra historia.

– BLl: Interesante, por cierto.

– TA: Cuando Alejandro entró a Télam, le digo a «Pincho», como le decíamos a mi cuñado, que le diera una mano. Alejandro era un pinche en Télam, ¿te imaginas? y varios de sus compañeros ya eran militantes. Me contaron que iban a despedir a un empleado, no sé cómo era la historia, entonces se juntaron todos con «Pincho» y las autoridades de Télam y Alejandro se mandó una defensa del compañero que todos dijeron «este es de los nuestros». Así se fue formando. Cuando hicimos aquella marcha apoteósica contra el Punto Final, dos Madres fuimos a la Ciudad Universitaria a invitar a los estudiantes para que nos acompañaran. Cuando me presenté, se acercaron dos muchachos pálidos, me abrazaron y se pusieron a llorar. «Taty, sos la madre de Alejandro. Por él estamos vivos. Él sabía nuestros nombres, dónde vivíamos, pero no habló y nos pudimos exiliar», me dijeron. Uno de ellos me confió que su hija se llamaba Alejandra. ¿Sabés lo que significó eso para mí? Así fue como empecé a conocer la vida de Alejandro. Era impresionante. Me da mucha pena no haber podido compartir con Alejandro…. Pero vos sabes, Bernarda, la cantidad de honoris causa y reconocimientos que me hacen y que, por supuesto, en mí están todas las Madres. Pero yo te juro que lo veo a Alejandro muerto de risa, que me dice «miren la gorilita de mierda en qué se convirtió». Yo sé que está orgulloso, muy orgulloso de mí.

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