Milagros de hoy
Acatar órdenes que incluso vayan contra la naturaleza, supone una conducta de sumisión al poder, tal que podría ser parte de un estudio más específico que no voy a observar en este momento. Optar por dejar huir al condenado puede conllevar una reprimenda tal , que el mismo soldado en este caso, cargue con las consecuencias funestas por su deserción ante una junta militar. Se usaba en ese entonces la muerte por degüello del que incumplía una orden gubernamental, esto era, colgar al prisionero de un pie a un árbol y proceder con el cuchillo.
Por lo pronto situemos el hecho, específicamente en enero 8 de 1878 (las fechas varían según las versiones) En Argentina y más precisamente en la provincia de Corrientes, un hombre que se la juega por los suyos. Anda rondando los terrenos de los pudientes, y hurtando a los que les sobra para darle a los que les falta. Pone su fe devota en San la Muerte, con la herida de la guerra contra al Paraguay en la Triple Alianza. Ha vivido la época de Rosas, la confrontación de Unitarios contra Federales. Formó filas con el Federal por que lleva sangre de patria y terruño. Lleva el encanto de los hacendados, que por derecho propio son dueños de la tierra, y con ello de todo lo que esa tierra les dé.
El hombre es desertor del Ejército de Bartolomé Mitre, como todos los gauchos, ha sido arrancado de su hacienda y confinado pelear en la frontera. Porta con la insignia del Partido Autonomista, contrario por arraigo al Partido Liberal. Chiripá rojo, vincha roja y pañuelo rojo. Son parte de su atuendo. Esto lo adoptó cuando lo reclutaron para la guerra. Como la gran mayoría de guachos, también, y por falta de dinero -el patrón lo aporta- mucho menos de tabaco, alcohol, y yerba, se ha escapado en cuanto pudo para volver al pago, a su hacienda, a su vida normal. La vida de un hombre que no nació para la maldad, solo en un mundo en qué si no formas parte del ejército, sos un vago y como tal la persecución es tu cruz.
La mala suerte empieza a perseguirlo, la mala suerte tiene forma propia y van armados, son los soldados que lo buscan para ajusticiarlo. Según la forma, al juicio militar lo ejercen en Goya, en donde están los tribunales. Aunque bien es sabido que los prisioneros nunca llegaban allá. Se presume que siempre querían escapar y que el iniciar una balacera (lo interesante es que los prisioneros nunca iban armados…), eran los primeros en caer. Lo cierto es que Antonio Mamerto Gil Nuñez es perseguido; lo sabe. Le huye como puede a ese destino. Un calvario propio de los que intentan vivir y morir en libertad.
Anda por Mercedes, con la bravura de los santos que llevan la gloria de pisar este suelo en su ley, como les fue marcado desde su nacimiento de gaucho y señor de las tierras que el gobierno luego, sin remedio les expropió. Los tiempos están cambiando y hay que condenar a esa clase de hombres que pretenden lo que no son. Claro, lo que no son según la nueva estirpe de verdaderos ladrones que quieren quedarse con todo a fuerza de leyes que escriben sus amigos en el poder. Y ellos van cayendo, como santos que van por la vida intentando devolver algo de lo robado a los que, como ellos, la guadaña del Estado los pasó a valores.
La orden del ejército es clara, capturar a todos los desertores y darle muerte. En eso anda el soldado que busca sin descanso al gaucho que sigue siendo escurridizo y que no va a dejar que lo atrapen así nomás. Conoce el pago más que cualquier enviado del gobierno, y eso le da cierta ventaja. Como también amigos que puedan protegerlo de su destino, amigos que cuentan con cierto poder en su Mercedes natal. Los perros andan como rabiosos tras ése pañuelo rojo del renegado. No están hechos para la piedad y como a todo paria le quieren dar caza. El diablo no duerme nunca, las hormigas tampoco y el tiempo les aprieta el cuello.
Ni los caudillos lo pueden domar, lo consideran un “gaucho alzado”, terminología que decreta la rebeldía del hacendado que no tranzaría con ninguna forma de jefatura sobre él, ni la ejercida por el gobierno, la que por supuesto desconoce, ni la de los propios pares a los que no les ofrece devoción alguna.
Estaba en plena lucha participando en el Ejército, en donde la sangre derramada conformaba la rutina infame de las luchas intestinas en un país en formación. Cuando al caer la noche, el sueño lo atrapa suave sobre una almohada de pasto. Y entonces fue que en ese sueño se le presenta Tupá, el Dios guaraní; éste le dice que abandone la guerra, que no derrame más sangre de sus hermanos inocentes. Ahí se decidió a la deserción del Ejercito que lo había capturado a la fuerza, sin darle chance de decir que no. Pero claro, ante el alegato, el Coronel Zalazar, que lo había tomado prisionero, hizo oídos sordos a semejante superchería y lo condenó por desertor y cobarde.
Los perros feroces andaban con la orden del Coronel para darle captura al tal Antonio Nuñez. El monte está en calma esa noche del 8 de enero. Uno grillos cantaban al verano nocturno y el firmamento se descuelga brillante, eternamente iluminado por constelaciones lejanas.
El gaucho a caballo junto a tres compañeros más se perdió en los llanos de la espesura. Armaron un fuego y se reunieron alrededor de él. Una paz inconclusa maravillaba la escena. Sin embargo, la tempestad iba a detonar con la furia de un trabuco que sin mediar palabra asestó en los otros dos gauchos, los soldados habían dado con el desertor. La suerte estaba echada. Sus dos compañeros murieron en el acto, y Antonio Nuñez tomado, otra vez, prisionero.
A pesar de su condición de solo y rebelde, el pueblo; ese mismo al que había ayudado, intentó salvarlo. Toma cartas en el asunto, su amigo, el Coronel Velázquez, juntando una serie de firmas y llevándole el documento a Zalazar. A pesar de la nota que éste hace para dejar libre a Antonio Gil, la orden había sido dada y el hombre ya estaba en camino a tribunales.
Como era de esperar Antonio no llegó jamás a Goya para su enjuiciamiento. La patrulla paró en Mercedes, lo maniato, lo colgó por un pie a un espinillo y lo degolló. Antes de que esto suceda el gaucho le dijo a su verdugo:
“Sé que vas a derramar sangre inocente, en camino está mi perdón, mandado no es culpado. Tomá mi cuchillo y mátame, pero si te digo que cuando llegues a Mercedes, junto con la orden de mi perdón te vas a enterar que en tu casa tu hijo se está muriendo de una mala enfermedad. No importa hermano, ante Dios invocá mi nombre y tu hijo se va a salvar”.
El soldado no le creyó y hundió el cuchillo hasta que la sangre formó parte de la misma tierra que el hombre, cabeza abajo ahora, hubo pisado como terreno santo bajo la mirada de su dios guaraní.
Lo dicho por el desertor se confirmó. Al regresar la patrulla a Mercedes, el hijo de su verdugo estaba en grabes condiciones, al borde de la muerte. Entonces el soldado recordó las palabras de su víctima, e invocó en su nombre a Dios; al otro día el niño gozaba de estupenda salud. Nunca se supo que pasó con la suerte del soldado, lo que, si se conoce y existe hasta nuestros días, es que los milagros se suceden unos tras otros entre los creyentes del Gauchito Gil.
Una procesión de fieles se convoca año tras año en el santuario erigido en el mismo lugar en donde le fue dada la muerte. Una fe que conmueve desde todas las clases sociales; incluso los que no comparten, se detiene con sus autos en la ruta 123 de Mercedes sólo para dejar en el santuario, un saludo o una ofrenda.
Las órdenes caen seres que confunden la bonanza de los inocentes con el terror de los cobardes.
Nombre: Antonio Mamerto Gil Nuñez.
Lugar de nacimiento: Mercedes, provincia de Corrientes, República Argentina
Año: Alrededor de 1848
Apodo: Guachito Gil
Ocupación: Hacendado correntino
Muerte: 8 de enero de 1878
Uno del Oeste